Voy a hablarles compañeros
de las mujeres del Cuá,
que bajaron de los cerros
por orden del General.
De la María Venancio
y de la Amanda Aguilar,
dos hijas de la montaña
que no quisieron hablar.
¡Ay! ¡Ay! A nadie vimos pasar.
La noche negra se traga,
aquél llanto torrencial.
¡Ay! ¡Ay! La patria llorando está.
Parecen gritos de parto,
los que se oyen por allá.
Dicen que a Chico González,
no lo volvieron a ver.
De noche se lo llevaron
para nunca más volver.
A Esteban y Juan Hernández,
los subieron al avión,
y al aterrizar más tarde,
ya nadie más los miró.
A la Cándida Martínez,
un guardia la conminó:
"vení chavala –le dijo–
lavame este pantalón".
La cipota campesina
fue mancillada ahí nomás,
y Tacho desde un afiche,
reía en el taquezal.
¡Ay! ¡Ay! A nadie vimos pasar.
La noche negra se traga,
aquél llanto torrencial.
¡Ay! ¡Ay! La patria llorando está.
Parecen gritos de parto,
los que se oyen por allá.
Retoñaban los quequisques,
estaba la milpa en flor,
cuando a la pobre Matilde
la patrulla la agarró.
La indita abortó sentada
con tanta interrogación.
Me lo contó la quebrada
que baja del Septentrión.
Voy a hablarles compañeros
de las mujeres del Cuá,
que bajaron de los cerros
por orden del General.
De la María Venancio
y de la Amanda Aguilar,
dos hijas de la montaña
que no quisieron hablar.
¡Ay! ¡Ay! A nadie vimos pasar.
La noche negra se traga,
aquél llanto torrencial.
¡Ay! ¡Ay! La patria llorando está.
Parecen gritos de parto,
los que se oyen por allá.
Poema de Ernesto Cardenal hecho canción por Carlos Mejía Godoy